El baile, de Irene Némirovski, es una novela abierta. Fue entregada a su editor parisino en 1929, cuando la joven autora rusa de 26 años, de origen judío, exiliada con motivo de la revolución bolchevique y que ya había pasado un año en Berlín, irrumpe con esta tercera obra en el mundo literario francés.

Escritora-niña prodigio, fue comparada por algunos con Françoise Sagán, otra de las niñas perversas de la literatura. Ella fue una de las hijas de un banquero moscovita de los llamados rusos blancos, que conoció la refinada vida burguesa, a la que, aunque se exilió a los 15 años, sus recuerdos le permitieron hacer la sutil comparación de la antigua sociedad rusa con la de los negociantes arribistas en un Paris de entreguerras.
La historia, que en algún aspecto es autobiográfica, da lugar a un libro lleno de una ingenuidad picante, donde la elaboración de la lista de invitados, la preparación con lámparas a media luz, y música, como en un dancing, son de lo más sugerente. Y a partir de cierto momento vemos, muy clara, la personalidad de la niña, porque la madre, rica de nuevo cuño, no aguanta la pasividad de su hija, también ambiciosa, ante el evento donde ella desea triunfar, pero sin tener rival. Pero no ocurre así, y ella queda en ridículo, en una representación finísima de la ausencia de invitados, cuando los músicos van saliendo de la casa a medida que se beben los licores. La venganza llegó de la mano de la niña que se hizo perversa a medida que pasaba el tiempo sin que nadie llegase. Y ahí se decide la historia. Si Antoinette hubiera enviado las invitaciones, habría seguido el normal camino de toda jovencita rebelde, pero cuando las deja caer sin recogerlas, es cuando elige el camino desconocido, el “a ver qué pasa”, en un desafío al futuro donde ya nada estaba escrito.
La espera de los invitados son páginas maestras, donde la tensión de la espera –tan fría y tan dosificada como la venganza –, nos tiene en vilo cada vez que suena el timbre aún sabiendo, como sabemos, que nadie va a llegar.
Así empieza y acaba aquel dichoso baile. La niña dice: “Me importa un bledo; mamá puede hacerme lo que quiera, ya no tengo miedo”. Y es cierto, la niña ya no puede tener miedo. Estamos asistiendo al nacimiento de una valentía innecesaria en una niña que ahora está más indefensa que nunca.
–Y Antoinette, ¿no se siente culpable? –nos preguntamos.
No, nunca.
Cuando todo ha acabado la niña-niña va hacia la madre y le toca el pelo. De alguna forma quisiera volver a ser inocente, pero al igual que al principio, en esta novela, discretamente circular, la madre acaba separando a la hija de su lado.
El acercamiento no tiene lugar y la perversidad crece. ¡Pobre mamá!
Y así acaba esta historia sobre una madre burda e ignorante, y su hija de 14 años, niña bien educada, que se atrevió a poner una zancadilla en el camino de sus padres sin pararse a pensar en las consecuencias ni en su propio descalabro.
¿Qué habrá sido de Antoinette?
Mª José Martínez Sánchez
Madrid, octubre 2010